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Por, Luke Wayne
27 de febrero de 2017
Un concepto central en el budismo y muchas formas de hinduismo, es la idea de que nuestros deseos son la raíz de todos nuestros sufrimientos y son los que nos mantienen atados en el ciclo de la muerte y de la reencarnación. El problema de la humanidad es la voluntad, el querer, el desear, el anhelo, el antojo, o la sed. Todo lo demás regresa a esta falla humana central: los hombres desean cosas. Ellos quieren existir, y quieren ciertos objetos y experiencias en su existencia. Nada puede verdaderamente satisfacer aun el más noble de estos deseos, y así el sufrimiento se extiende de una vida a otra.
En el hinduismo, el Bhagavad Gita el texto sagrado más popular, dice que el dios Krishna explicó:
- «Del apego viene el deseo, y de los deseos viene la ira. El engaño surge de la ira, la pérdida de la concientización de la ilusión; con la concientización ida, la mente superior perece, y el hombre se pierde» (Bhagavad Gita, 2:62-63).[1]
Continúa explicando:
- «El hombre que ha abandonado todos los deseos, se mueve libre del anhelo, indiferente al ‘mí’ y a lo ‘mío’, y sin ego, obtiene la paz. Esta es la condición divina, quien, sin darse cuenta, llega a esto, permaneciendo allí hasta que llegue su fin, Arjuna, conoce la paz absoluta» (Bhagavad Gita, 2:71-72).[2]
Él advierte incluso contra los aparentemente nobles deseos religiosos y esperanzas celestiales. El que fija sus ojos en el cielo sigue actuando en deseo, lo que sólo lo llevará a reencarnarse en este mundo que sufre.[3] La liberación se encuentra sólo en volverse de todos los deseos.[4] No es suficiente rechazar el mal y el deseo sólo para hacer lo correcto:
- «Aquí, un disciplinado por la mente superior echa fuera buenas y malas acciones» (Bhagavad Gita, 2:50).[5]
De igual manera, el antiguo texto budista conocido como «Samyutta-Nikaya” describe a Buda explicando:
- «Ahora bien, esto es, oh monjes, la noble verdad de la causa del dolor: el anhelo, que conduce a la reencarnación, combinado con el placer y la lujuria, encontrando placer aquí y allá, el anhelo de la pasión, el anhelo de la existencia, el anhelo de la no existencia».[6]
Más adelante, en el mismo documento, Buda explica «nirvana» (o la libertad final del sufrimiento) como «extinción de la sed, desapego, cesación».[7] A continuación, él profundiza:
- «Oh Bhikkhus, ¿qué es el Absoluto? Es, oh Bhikkhus, la extinción del deseo, la extinción del odio, la extinción de la ilusión. Esto, oh Bhikkhus, se llama el Absoluto».[8]
Por lo tanto, para el budista o hindú, un hombre necesita eliminar todo deseo y cada anhelo si está libre del sufrimiento y trasciende a la eternidad.
Una respuesta bíblica
La Biblia también tiene fuertes palabras sobre el papel central que nuestros deseos tienen en el pecado humano y el sufrimiento. Por ejemplo, Jacobo escribió:
- «Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. 15 Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte» (Santiago 1:14-15).
Posteriormente, explica:
- «¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros miembros? 2 Codiciáis y no tenéis, por eso cometéis homicidio. Sois envidiosos y no podéis obtener, por eso combatís y hacéis guerra. No tenéis, porque no pedís» (Santiago 4:1-2).
A primera vista, estas cosas no son tan diferentes de Krishna o Buda. Sin embargo, Jacobo continúa respectivamente con cada una de estas declaraciones, diciendo:
- • «Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación» (Jacobo 1:17).
- «Codiciáis y no tenéis, por eso cometéis homicidio. Sois envidiosos y no podéis obtener, por eso combatís y hacéis guerra. No tenéis, porque no pedís. 3 Pedís y no recibís, porque pedís con malos propósitos, para gastarlo en vuestros placeres» (Jacobo 4:2-3).
Los deseos egoístas y las concupiscencias carnales son productores de iniquidad. Estos seguirán produciendo pecado tras pecado hasta la eternidad. Sin embargo, existen cosas que debemos desear, y también hay una manera en la que debemos desearlas. La Biblia no nos dice que dejemos de querer todo. Más bien, nos instruye a abandonar la ambición egoísta y a conformar nuestros deseos a la voluntad de Dios, el único que puede cumplirlos en forma verdadera y duradera. Debemos desear las cosas correctas, y por las razones correctas. Nuestro Señor pronunció:
- «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados» (Mateo 5:6).
Esta pequeña bienaventuranza está en conflicto con las enseñanzas budista e hindú en al menos dos formas fundamentales. La primera es sugerir que hay algo por lo que debemos aspirar, o desear tener: «hambre y sed». La segunda es que tal anhelo podría ser satisfecho. De hecho, la segunda de las «cuatro nobles verdades» que forman el corazón de la enseñanza budista es que, Tanha (deseo, o literalmente «sed») es la causa de todo sufrimiento humano porque ningún deseo puede jamás ser cumplido. Ninguna «sed» puede jamás ser satisfecha. Dios, sin embargo, promete que Él bendecirá a los que tienen hambre y sed de justicia. ¡La bendición de ellos, es que serán satisfechos! En otra parte, la Escritura dice:
- «Por tanto, desechando toda malicia y todo engaño, e hipocresías, envidias y toda difamación, 2 desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación» (1ª Pedro 2:1-2).
De nuevo, debemos dejar de lado las motivaciones pecaminosas como la envidia, pero no debemos dejar de lado el deseo por completo. La Palabra de Dios, la bondad del Señor, la fuente de nuestra salvación es algo que debemos anhelar, ansiar de la forma como un bebé recién nacido, ¡anhela la leche materna! Una vez más, es bueno tener sed, mientras tengamos sed de lo que puede satisfacer. Note, que en estos dos pasajes, no estamos llamados a merecer nuestra propia justicia y así satisfacernos a nosotros mismos. Es Dios quien nos concederá la justicia. Él satisfará nuestro deseo. Sólo tenemos que arrepentirnos y creer. De hecho, nuestro mayor deseo, el objeto de nuestra fe, es Jesús mismo. No sólo confiamos en Su obra terminada en el Calvario para expiar por todos nuestros pecados, sino que también anhelamos Su retorno, el cual traerá consigo la plena satisfacción de todos los demás deseos justos:
- «Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, 12 enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, 13 aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús, 14 quien se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para si un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras» (Tito 2:11-14).
De nuevo, debemos dejar a un lado los deseos mundanos, pero no todos los deseos. Hay algo que debemos estar buscando, anhelando y anticipando ansiosamente. La venida de Jesucristo para librarnos de una vez por todas del pecado y de la muerte. Confiamos en la gracia de Dios, que solo trae la salvación. Creemos en el regalo de la gracia de Dios en Jesucristo. Nos sometemos a la instrucción de esta gracia a arrepentirnos, a apartarnos del pecado y a buscar justicia, a negar «la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente». En todo esto, anhelamos que Cristo venga y establezca el mundo correcto.
Note que todo esto se enfoca en Dios en Cristo. Su Gracia. Su obra de salvación. Su venida. El establecimiento de las cosas correctas en el mundo y purificarnos como un pueblo para Su posesión. No hay lugar en esto para el orgullo, la codicia, el egoísmo y la ambición mezquina y personal. Si usted todavía tiene sus ojos puestos en usted, ha fallado totalmente el punto. Debemos alejarnos de todos los deseos egoístas, pero aun así, todavía tenemos deseos.
- «Del fruto de su boca el hombre comerá el bien, pero el deseo de los pérfidos es la violencia» (Proverbios 13:2).
- «Lo que el impío teme vendrá sobre él, y el deseo de los justos será concedido» (Proverbios 10:24).
Deshacernos de todo deseo, incluso el deseo de hacer bien, sería en sí mismo, malo. Si vemos a un niño hambriento y no tenemos deseo de alimentarlo, seríamos perversos. Si vemos a un hombre en harapos, temblando en el frío del invierno, y no tenemos ningún deseo de proporcionarle calor y ropa apropiada, es un testimonio de nuestra depravación, no de nuestra iluminación. Por lo tanto, cometeremos un grave error el pretender librarnos de todo deseo. Más bien, debemos dejar de lado los deseos malos y egoístas y más bien, cultivar en cambio los deseos justos y buenos. No podemos hacer esto por nuestra cuenta. De hecho, el intentar hacer una nueva versión en nuestros propios méritos y por nuestras propias razones sólo cultivaría la arrogancia y alimentaría nuestros deseos egoístas. Sí. Debemos confesar nuestra pecaminosidad, nuestra culpa, nuestra insuficiencia total, y debemos volvernos a Dios, dador de todo lo bueno y el que nos satisface de todo deseo justo. Confiando totalmente en que Dios, en Jesucristo, ha pagado el precio de nuestros pecados y nos ha prometido vida eterna en Su presencia, purificados de todas nuestras iniquidades, vivimos entonces a la luz de esa verdad y coloquemos a un lado las cosas efímeras y mundanas con ansiosa anticipación de esa bendita esperanza. Todo esto es para la gloria del Señor Jesucristo, no para nuestra propia grandeza personal. Sin embargo, en esto, nuestra propia fe y deseos justos son cumplidos.
«Con este fin también nosotros oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os considere dignos de vuestro llamamiento y cumpla todo deseo de bondad y la obra de fe, con poder, 12 a fin de que el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en Él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo» (2ª Tesalonicenses 1:11-12).
Notas a pie de página:
[1] Gavin Flood and Charles Martin, «The Bhagavad Gita: A New Translation» (W.W. Norton and Company, 2012) 22.
[2] Ibíd. 24.
[3] Bhagavad Gita, 2:43.
[4] Ibíd. 2:55.
[5] Gavin Flood and Charles Martin, «The Bhagavad Gita: A New Translation» (W.W. Norton and Company, 2012) 20.
[6] Keith Yandell and Harold Netland, «Buddhism: A Christian Exploration and Appraisal» (IVP Academic, 2009) 15-16.
[7] Walpola Rahula, «What the Buddha Taught: Revised and Expanded Edition with Texts from Suttas and Dhammapada» (Grove Press, 2007) Kindle Edition, Chapter 4, Location 876.
[8] Ibíd. Chapter 4, Location 877-880.