Amar a los Pecadores de la Forma Como Jesús Ama

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Por, Luke Wayne

15 de septiembre de 2016

Con frecuencia se nos ha dicho que, si realmente amamos a alguien de la forma como Jesús ama, lo aceptaremos tal como es y no esperaremos que cambie. Se nos dice que Jesús predicó un mensaje de tolerancia y aceptó a personas con todo tipo de estilos de vida que los líderes religiosos denunciaron como pecadores. Si los cristianos de hoy fueran verdaderamente como Cristo, no se opondrían a cosas como la inmoralidad sexual, la homosexualidad o el aborto y simplemente aceptarían a las personas y las apoyarían por lo que son, o por lo que a menudo se dice de ellas. Pero este es un total malentendido de la enseñanza de Jesús. Jesús ciertamente puso gran énfasis en el amor, pero también definió lo que significa amar. Cuando realmente miramos las Escrituras, encontramos que la idea de amor de Jesús no es lo que el mundo pecaminoso nos dice que es.

Jesús fue bastante directo cuando dijo:


«Yo reprendo y disciplino a todos los que amo; sé, pues, celoso y arrepiéntete» (Apocalipsis 3:19).


Después de sanar a un hombre desesperado en las calles, el cual no podía caminar, Jesús le dijo:

  • «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te suceda algo peor» (Juan 5:14).

Y en la famosa historia de la mujer sorprendida en adulterio, después de que se dice que Jesús la libró de la multitud que quería lapidarla, le dice a ella:

  • «… Yo tampoco te condeno. Vete; desde ahora no peques más» (Juan 8:11).

Jesús no amó a las personas dejándolas como ellas eran, o abrazando o aceptando su pecado. Vio su pecado como una enfermedad cancerosa y a Sí mismo como un médico que había venido a librarlos de esto (Lucas 5:31) y claramente aclara que vino a llamar a los pecadores para que se arrepientan de sus pecados (Lucas 5:32). El mismo mensaje que Jesús predicó es «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mateo 4:17) e instruyó a sus seguidores «… que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén» (Lucas 24:47).

Jesús dijo que el segundo mandamiento más importante era «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Aquí estaba citando Levítico 19:17-18. Lea lo que dice el pasaje:

  • »No odiarás a tu compatriota en tu corazón; podrás ciertamente reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él. 18 No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo; yo soy el Señor».

Note que reprender directamente a su prójimo es parte de amarlo. Esto no respalda el simple hecho de ser un idiota, pero sí significa que, si realmente ama a su prójimo, se preocupara lo suficiente como para corregirlo de su pecado con el propósito de restaurarlo. Jesús dijo:

  • «¡Tened cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo» (lucas 17:3).

De forma similar, Jacobo escribió:

  • «Hermanos míos, si alguno de entre vosotros se extravía de la verdad y alguno le hace volver, 20 sepa que el que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados» (Jacobo 5:19-20).

El amor verdadero busca alejar a las personas del pecado, no dejarlas en este para su condenación. Sí, la reprensión duele. La corrección no hace feliz a la gente. No le hace sentir bien, al menos no a corto plazo. Pero es lo que realmente les conviene para su propio bien y si realmente los amamos, lo haremos incluso cuando puedan odiarnos por esto. Por eso escribe el salmista:

  • «Que el justo me hiera con bondad y me reprenda; es aceite sobre la cabeza; no lo rechace mi cabeza, pues todavía mi oración es contra las obras impías» (Salmo 141:5).

El amor siempre debe oponerse al mal y esforzarse por impulsarnos a nosotros y a los demás a lo que es bueno ante Dios, como escribe Pablo:

  • «El amor sea sin hipocresía; aborreciendo lo malo, aplicándoos a lo bueno» (Romanos 12:9).
  • «no se regocija de la injusticia, sino que se alegra con la verdad» (1ª Corintios 13:6).

Entonces, es cierto que los cristianos de hoy somos a menudo culpables de no amar como amaba Jesús, pero por la razón opuesta a la que la gente afirma. A menudo aceptamos demasiado el pecado y estamos muy dispuestos a dejar a los demás en su condenación simplemente para agradarles y no ofenderlos ni herirlos. Esto no es amor. Es egoísmo e indiferencia. El verdadero amor por nuestro prójimo es celo por el evangelio y compromiso con la santidad de los demás.

  • «… despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:1b-2).

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