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Por, Luke Wayne
29 de enero de 2016

Las cruzadas son las guerras que fueron peleadas entre el catolicismo romano europeo y los imperios musulmanes, así como también contra otros posibles enemigos de la ortodoxia de la iglesia católica romana o la seguridad europea. Se llevaron a cabo entre los siglos 11 hasta al menos, el siglo 15. Antes de abordar el marco histórico particular o las motivaciones para las cruzadas específicas, como aquellas contra las naciones musulmanas, las preguntas fundamentales que debemos hacernos, es: ¿Qué hace una guerra una cruzada? ¿Qué separa una cruzada de otras guerras, incluso las guerras motivadas por asuntos netamente religiosos?

¿Qué es una cruzada?

El concepto de «cruzada» se encuentra profundamente arraigado en la teología medieval del catolicismo romano. Fluye desde la creencia de que las obras de penitencia (obras que van juntamente con la confesión y llevadas a cabo para quitar la culpa del pecado en el purgatorio) podrían ser ejecutadas bajo las instrucciones de un sacerdote bajo la autoridad papal para que la persona reciba la remisión de sus pecados. El papa Urbano II (1402-1099 d. C.), al anunciar la primera cruzada, dijo:

  • «Si aquellos que se establecen allá, deberán perder sus vidas en el camino por tierra, o al cruzar el mar, o al pelear contra los paganos, sus pecados deberán ser quitados. Esto les garantizo a todos aquellos que vayan, a través del poder investido en mí por Dios».[1]

Este papa llamó esto un acto de penitencia, específicamente para la anterior violencia pecaminosa al afirmar:

  • «Permita a los que se han acostumbrado a hacer guerra particular contra el fiel, llevar a cabo una próspera guerra contra los infieles, la cual debería haber empezado aquí ahora. Permita que estos, quienes por largo tiempo han sido ladrones se conviertan ahora en soldados de Cristo. Permita que aquellos, que una vez pelearon contra hermanos y familiares pelean ahora contra los bárbaros».[2]

Para las cruzadas posteriores, el papa Inocente III (1160-1216) extendió la remisión de pecados a aquellos que construyeron barcos o hicieron otras necesarias contribuciones al esfuerzo de la guerra, si ellos lo hacían como un acto de penitencia.[3] Un predicador católico dominico del siglo 13, llamado Humberto de Romans (1200?-1277) fue más lejos, al afirmar lo siguiente en defensa de las cruzadas:

  • «Por esta clase de muerte, las personas hacen su camino al cielo, lo que tal vez no lograrían por otros medio».[4]

Por lo tanto, una cruzada no es simplemente una guerra religiosa. Es una guerra en la cual, el servicio de una persona es un acto de penitencia por el cual se recibe la promesa de la remisión de los pecados de la persona. El historiador Riley-Smith lo define así:

  • «Hacer campaña contra los enemigos, significaba involucrarse en una guerra que es a la vez, santa –porque se creía estar remunerado a favor de Dios, y penitencial, porque aquellos que tomaban parte, se consideraban a sí mismos cumpliendo un acto de penitencia. La guerra estaba autorizada por el papa como el vicario de Cristo. En la mayoría de las cruzadas había laicos y mujeres que se comprometían a unirse a una expedición haciendo cada uno un voto. Ellos eran recompensados con indulgencias, con la promesa de que la obra penitencial en la que se comprometían les ubicaría a los ojos de Dios como una remisión satisfactoria de los pecados que habían cometido hasta esa fecha».[5]

Así, las cruzadas, las cuales, no eran sólo para batallar contra los musulmanes sino también contra los mongoles, contra los primeros protestantes husitas, contra los cátaros herejes y una variedad de amenazas percibidas contra la ortodoxia de la iglesia católica romana o la seguridad de Europa,[6] fueron una consecuencia única de la teología práctica del catolicismo romano medieval, convirtiéndose más que en una simple guerra en el nombre de la religión. Para aquellos que peleaban, era una obra de penitencia en una esperanza desesperada de perdón. Fueron obras individuales de la piedad católica a favor de los combatientes, y estuvieron enraizadas en una teología específica de la autoridad papal, el mérito de la penitencia y la remisión de pecados quitados al penitente sólo a través de las autoridades de la iglesia. En pocas palabras, toda la idea de las cruzadas es un fruto de los profundos errores teológicos que desencadenaron la reforma protestante.

Las cruzadas contra los musulmanes

Entendiendo este trasfondo teológico, ¿por qué los papas llamaron a los hombres por toda Europa a levantar armas contra los musulmanes? ¿Por qué ofrecerían la remisión de pecados a los que pelearían en esta causa específica? Múltiples factores históricos y teológicos deben ser considerados para responder acertadamente estas preguntas.

Un mundo dividido

El mundo de la Edad Media se había convertido en un lugar violento. Entre las clases altas de Europa, a los señores y cabezas de familias ricas locales, heredaron venganzas y feudos sangrientos. Entre el campesinado y clases obreras, el pillaje y el robo con violencia eran desenfrenados.[7] Podemos verlo incluso en la cita dada anteriormente, donde el papa Urbano II declaró la primera cruzada como un acto de penitencia por estas mismas cosas.

Al mundo musulmán no le iba mejor. Habiendo conquistado mucho del oriente medio, África del Norte, partes de la India y del sur de Asia, y aun una grande porción del sur de España, y partes de Francia,[8] desde entonces, el islam estaba experimentando un aumento de divisiones internas por ideologías y etnias, que resultaron en un permanente estado de guerra religiosa e intriga política, lo que redujo en gran medida su marcha de conquista y expansión, en la medida en que los pueblos dentro del mundo islámico, peleaban y luchaban entre sí, para lograr la preeminencia.[9] Aún más, el imperio griego que mantenía unido lo que quedaba del imperio greco romano del oriente, y el cristiano por profesión, todavía dividido desde el papado de la iglesia romana en el occidente, estaba débil por sus propias luchas internas y perdía territorio frente a los musulmanes turcos.[10] Así, tanto Europa como el mundo musulmán se encontraban en una violenta lucha entre sí y contra ellos mismos.

Revirtiendo el avance musulmán

Es en este contexto que el emperador Alejo I (1056-1118) del imperio griego llamó a la Europa occidental para que viniera en su ayuda y le ayudara a detener el avance de los turcos y a reclamar el territorio perdido.[11] Esto llevó al papa Urbano II, a anunciar la primera cruzada con el propósito de ayudar a los griegos en el nombre de la fraternidad cristiana.[12] La llamada fue la de «correr tan rápido como se pudiera para defender la iglesia oriental».[13] Debe notarse que la llamada nunca fue para erradicar a todos los musulmanes, sino más bien para detener el avance de los y reclamar el territorio que había sido conquistado por las fuerzas islámicas. Bernardo de Claraval (1090-1153), un místico católico que fue uno de los predicadores más influyentes en el catolicismo medieval, escribió con relación a las cruzadas, que, «los paganos no deben ser asesinados si ellos pueden, de algún modo, evitar oprimir a los fieles», aunque argumentó que, «es mejor que sean llevados a muerte antes que la vara de la impiedad deba descansar sobre los muchos justos».[14] Estas cruzadas peleaban con el propósito de proteger a las naciones griega y católicas romanas del avance islámico.

Protegiendo la peregrinación

Sin embargo, hay aún más en la historia. Reclamar, específicamente a Jerusalén y la «tierra santa» también formó parte, desde el mismo principio de estos esfuerzos.[15] La importancia crucial de este objetivo puede ser, escasamente exagerado. A finales de 1400, Cristóbal Colón, tomó efectivamente un juramento en el que, el producto de su aventura sería usado para recuperar el santo sepulcro en Jerusalén.[16] La razón de esto, nos lleva de regreso a la teología católica medieval y el mérito de la peregrinación a los lugares santos y reliquias.

Los musulmanes al ocupar Jerusalén, no sólo ocupaban la ciudad con los lugares más santos del peregrinaje católico medieval, sino también los profanaban. El «santo sepulcro» había sido objeto de vandalismo por las órdenes del líder musulmán, Califa Hakim (985-1021), y el sitio tradicional de la «cueva de la tumba de Jesús» fue aplanada hasta nivel del piso.[17] Las peregrinaciones a esos sitios eran consideradas actos meritorios de piedad y penitencia, algunas veces con promesas oficiales de la remisión de pecados por visitarlos, y a menudo se les involucra en historias de milagros, curaciones y otros favores divinos para quienes los visitaban.[18] Por lo tanto, era de gran interés para la iglesia católica y las masas de Europa preservar estos sitios de la profanación, y asegurar una continua libertad para que los peregrinos viajaran a estos lugares. Jerusalén contenía el sitio más sagrado y venerado de estos lugares.

A los lectores modernos esto, podría parecer como si hubiera una consideración secundaria, pero se centra, principalmente en casi todas las proclamaciones de la cruzada, y es la única explicación del por qué Jerusalén estaba en el centro de los objetivos de las cruzadas, cuando no estaba en el centro de la defensa de Europa. Esto también muestra, que las cruzadas estaban vinculadas, inseparablemente, a las falsas enseñanzas y tradiciones que con el tiempo, se introdujeron en la iglesia, y que la reforma protestante específicamente, establece para deshacer.

Conclusión

En resumen, la cruzada surge de una única teología no bíblica del catolicismo romano medieval en la Europa occidental. Las cruzadas, dirigidas hacia las naciones musulmanas no fueron el estallido de una nueva violencia sin precedentes en un mundo supuestamente pacifico, sino más bien, el nuevo enfoque de violencia en un mundo agitado y dividido en ambos lados. En estas cruzadas estuvieron involucradas cuestiones políticas de defensa nacional, además de cuestiones profundas de religiones y asuntos eternos. No se llevaron a cabo con intenciones genocidas, sino en la protección del hogar, del prójimo y de lugares sagrados, y en una búsqueda equivocada de un perdón meritorio en un mundo de oscurantismo que sabía perfectamente bien que estaba enfermo con pecado.

Notas a pie de página:

[1] August Krey, The First Crusade, the Accounts of Eyewitnesses and Participants, (Princeton University Press, 1921), 38.
[2] Ibíd. 39
[3] Phillip Schaff, History of the Christian Church, Volume 5 (Hendrickson Publishing, 1907) 217.
[4] Jonathan Riley-Smith, The Crusades: A History, Third Edition (Bloomsbury, 2014) Kindle edition, Chap. 1.
[5] Ibíd. Chap. 1.
[6] Ibíd. Chap. 1, 7, 8
[7] Thomas Asbridge, The Crusades: The Authoritative History of the War for the Holy Land (Harper Collins, 2010).
[8] Ibíd. 19.
[9] Ibíd. 20-22.
[10] Riley-Smith, The Crusades: A History, Third Edition, Chap. 2.
[11] Asbridge, The Crusades: The Authoritative History of the War for the Holy Land, 34.
[12] Ibíd. 36.
[13] Krey, The First Crusade, the Accounts of Eyewitnesses and Participants, 45.
[14] Phillip Schaff, History of the Christian Church, Volume 5 (Hendrickson Publishing, 1907) 218.
[15] Asbridge, The Crusades: The Authoritative History of the War for the Holy Land, 36.
[16] Phillip Schaff, History of the Christian Church, Volume 5 (Hendrickson Publishing, 1907) 214-215.
[17] Riley-Smith, The Crusades: A History, Third Edition, Chap. 2.
[18] Ibíd. Chap. 2

Por Carlos E. Garbiras

Carlos Enrique Garbiras es Director general en Ministerio de Apologética e Investigación Cristiana (MIAPIC). Actualmente, sirve en predicación y enseñanza de la Palabra de Dios en Bogotá, donde dirige además la Escuela de Estudios Teológicos MIAPIC.

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