Visite también nuestra Sección, Evangelismo
Visite también nuestra Sección, Cristianismo
«La salvación es del Señor …» (Salmo 3:8)
Cuando alguien es llevado por Dios Padre a Dios Hijo, la persona es resucitada por el poder del Espíritu Santo, sus pecados son quitados, y la persona es limpia; su relación con Dios es restaurada y es hecha una nueva criatura (2ª Corintios 5:17). Y todo lo anterior, es obra de Dios, no del hombre.
Entre las frases que la Biblia tiene para describir a los pecadores, usa «hombre natural». En 1ª Corintios 2:14, Pablo escribe: «Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente».
Nuestra condición humana puede ser comparada a una gota de veneno en un vaso con agua. Si vierte una sola gota en el agua, esta quedará totalmente envenenada. El agua pierde sus propiedades; ya no es buena. Así somos nosotros. Somos incapaces de ser realmente buenos.
Cuando los discípulos de Jesús le preguntaron quién podría ser salvo, respondió: «Pero Jesús, mirándolos, les dijo: Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible» (Mateo 19:26). Esta es la razón por la que la salvación descansa en la gracia de Dios, a través de la fe (Efesios 2:8-9).
En estos momentos se estará preguntando qué tiene que ver esto con el testificar. ¿Por qué necesito saber todo esto? Y es correcto que pregunte. Le ayudará saberlo porque debe entender que es Dios quien salva a los pecadores. Específicamente, es el Espíritu Santo quien convence al pecador de pecado; y eso, no lo hace usted:
«Y cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; 9 de pecado, porque no creen en mí» (Juan 16:8)
Recuerde, el evangelio es predicado para que el pecado sea revelado. Debido a que el pecador no puede venir a Dios por sí mismo, debe ser convencido de su pecado, y ser, por lo tanto, consciente de su necesidad de salvación. La convicción del pecador está más allá de nuestro control, es la obra del Espíritu Santo con anotamos en Juan 16:8-0.
Orar es Fundamental al Testificar
Es vital orar y pedirle a Dios que convenza y salve a los pecadores. La oración es parte esencial del testificar. Si usted testifica, debe orar. Así, estará libre para difundir el evangelio tan efectivamente como el Señor quiere. Pídale al Padre en el Nombre del Hijo que envíe el Espíritu Santo sobre el pecador para que lo convenza de pecado ya que la obra del Espíritu Santo es parte importante de la salvación. Finalmente, confíe en que Dios es quien le dará el crecimiento (1ª Corintios 3:6-7).
El Espíritu Santo
El Espíritu Santo trabaja en dos tipos de personas durante el testimonio: el salvo y el no salvo. En el salvo, Él habita dentro de él (Romanos 8.11), le enseña (Juan 14:26), lo unge (1ª Juan 2:27), le guía (Juan 16:13), y santifica (1ª Pedro 1:2). Sin el Espíritu Santo seríamos como barcos sin timón; incapaces de vivir como cristianos y sin poder testificar efectivamente.
En el no salvo, lo convence de pecado (Juan 16:8-9) para que sea llevado a Jesús y así, ser limpio de sus pecados. Pero debe ser convencido que delante de Dios es culpable; y esto, es también obra del Espíritu Santo.
Debido a que el hombre natural está separado de Dios por causa de su pecado (Isaías 59:2), el Espíritu Santo usa las Escrituras (aquellas que usted cite) para convencerlo de su pecaminosidad y de la necesidad de salvación convirtiéndolo por medio de la Palabra. Cuando un hombre o mujer natural es consciente de su condición de pecado después de escuchar el mensaje del evangelio –de la necesidad de ser liberado del pecado– este, se vuelve efectivo.
El Pecado
El pecado hace dos cosas: ofende a Dios y mata al hombre. ¿Cómo? Ofende a Dios porque es Su ley la que se quebranta o viola. Y mata porque esa es la naturaleza de la ley. ¿Ha escuchado de alguna ley que no tenga un castigo? Una ley sin un castigo es simplemente, un lema. Debido a que Dios es justo y las leyes tienen un castigo, entonces, Dios debe castigar a quien la quebranta o la viole. Pero esto, no es el final de la historia. Dios es también misericordioso y clemente. Su justicia cayó sobre Él mismo en la cruz. Su misericordia cae sobre nosotros por gracia a través de la fe.
Justicia, Misericordia y Gracia
Incrustado en la relación de la ley y el evangelio se encuentra el concepto de justicia, misericordia y gracia. Una de las mejores formas como usted puede mostrar la diferencia entre estas es usar algunas ilustraciones que muestren sus diferencias y relaciones. Por ejemplo, justicia es obtener lo que merecemos. Misericordia es no obtener lo que merecemos. La gracia es obtener lo que no merecemos.
Supongamos que un ladrón quiere la bicicleta que usted tienen. Una noche ese ladrón entra en su casa e intenta robarla, pero en el intento, usted coge al ladrón y lo envía a la cárcel. La cárcel es el lugar donde el ladrón pagará por su crimen por quebrantar la ley. La pena se cumple, y eso es, justicia. El ladrón obtuvo lo que merecía.
Vamos a cambiarlo un poco. El ladrón entra a su casa e intenta robarle la bicicleta, pero en el intento usted lo coge; pero no lo envía a la cárcel. En vez de esto, usted le dice que se olvide acerca de lo que pasó. O sea, la penalidad que debería pagar –el de ir a la cárcel– no se lleva a cabo, y usted lo deja libre. Esto es, misericordia. El ladrón no obtuvo lo que merecía.
Un cambio adicional. El ladrón entra a su casa e intenta robarle la bicicleta, pero en el intento usted lo coge; pero no lo envía a la cárcel. De hecho, además de darle la bicicleta le da adicionalmente, 100 dólares. Esto es, gracia. La penalidad se cumple al ser usted quien pague los daños, y además al ladrón se le dio lo que no merecía; la bicicleta y el dinero.
La justicia –la cual demanda un pago– no cumple con el requisito de la misericordia: La misericordia busca el perdón pero no cumple con el requisito de justicia. Pero la gracia cumple tanto la justicia como la misericordia.
La Analogía de la Lámpara[1]
Digamos que una pareja de casados lo visita a usted en su casa o apartamento. Y se encuentran hablando de cosas, y el esposo, golpea accidentalmente una de sus lámparas, la cual tiene un significado especial. Un amigo muy querido se la dio y para usted tiene un gran valor sentimental; además, la necesita para alumbrar el corredor. Después de un momento de que el daño ha sido hecho decide perdonar diciéndole a su amigo: «Está bien. Te perdono por haber roto mi lámpara, pero por favor, págamela».
Si ya lo perdonó y le cobra la lámpara, ¿es esto, verdadero perdón? ¡No! Cuando Dios perdona nuestros pecados, Él afirma que nunca más se acordará de ellos (Jeremías 31:34). Perdonar y olvidar son similares. Si usted perdona a la persona que le rompió su lámpara, ¿puede exigir un pago? No, porque una deuda perdonada no existe.
Digamos que, en vez de cobrarle por el valor de la lámpara, el dueño se dirige a la esposa de su amigo y le dice: «Tu esposo me rompió mi lámpara. Págamela».
Pregunto nuevamente, ¿es esto, verdadero perdón? No. Usted simplemente está transfiriendo la deuda a alguien que no estuvo involucrado en la afrenta original. Pero tenemos un problema. La lámpara necesita ser reemplazada. Entonces, en el perdón verdadero, ¿quién paga por su reemplazo? (Piense un poco antes de leer la respuesta). ¿Quién paga? ¡¡Usted.!! Usted. es el único que queda. Recuerde que si el dueño de la lámpara le ha perdonado la deuda a su amigo, ¿cómo puede exigir un pago?
Ahora, ¿contra quién fue la ofensa? Contra el dueño de la lámpara. ¿Quién perdona? El dueño de la lámpara. ¿Quién paga? El dueño de la lámpara.
Cuando pecamos, ¿contra quién pecamos? Contra Dios. ¿Quién perdona? Dios. ¿Quién paga? Dios. ¿Lo nota? ¡Dios es quien paga! ¿Y cómo lo hace? Simple. Hace 2.000 años en una colina en las afueras de la ciudad de Jerusalén, Él llevó nuestros pecados en Su cuerpo, y murió en la cruz (1ª Pedro 2:24). Él tomó el castigo que nos correspondía:
- «Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. 5 Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados» (Isaías 53:4-5).
Dios es justo. Dios es misericordioso. Dios es clemente. En la justicia de Dios, Él tomó nuestro lugar. En la misericordia de Dios, no obtuvimos castigo. En la gracia de Dios, Él nos dio vida eterna.
Aunque no somos dignos de salvación ni del amor de Dios, ni de Su misericordia, pero sí somos dignos de Su ira; Dios nos salvó. Lo hizo, no por quienes somos sino por quién es Él, y no por algo que hubiéramos hecho, sino por lo que Él hizo. Dios es amor (1ª Juan 4:16). Dios es santo (1ª Pedro 1:16). Dios es bueno (Salmo 34:8). Nunca podríamos comprender las profundidades de Sus riquezas (Romanos 11:33). Nunca hubiéramos podido alcanzarlo por medio de nuestros propios esfuerzos. Hay una sola cosa que nos queda por hacer. Debemos adorarlo, amarlo y servirle sólo a Él. Él sólo es digno. Bendito sea Su nombre, el nombre del Señor.
Notas a pie de página:
[1] Matt Slick ha usado por años la analogía de la lámpara. Alguien lo contactó y le comentó que había sido usada inicialmente por Josh McDowell. Si este es el caso, Josh debe recibir el crédito por la presente analogía.