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Por, Ray Comfort
Si realmente usted se preocupa de los perdidos, probablemente se identificará conmigo cuando le diga que no me gusta el evangelismo. Porque como yo, usted tiene una batalla continúa con sus temores. Usted está consciente de que le ha sido ordenado decirles a las personas, cosas que ellos no quieren escuchar, y esto, hace que usted se sienta incómodo. Spurgeon llamó el evangelismo una «tarea fastidiosa».
Recientemente entendí que no le había testificado a alguien por casi una semana. Esto se debió al mal clima que nos detuvo de hacer nuestra predicación semanal en campo abierto en Huntington Beach, aquí en California. A pesar de la tarea fastidiosa, no puedo vivir conmigo mismo si no llevo a cabo el trabajo de alcanzar al perdido. Me gustaría ser un bombero declarado que permite que las personas se quemen hasta morir, debido a que prefiero estar en un cuarto con aire acondicionado que oler humo y sentir el calor de las llamas. Por lo tanto, le pedí a Dios una persona a la que le pudiera compartir el evangelio.
Mientras pedaleaba en mi bicicleta a las oficinas del ministerio, vi a tres trabajadores en la parte de atrás de una camioneta. Inmediatamente supe que esos tres hombres eran trabajadores insensibilizados, que, sin duda, pasaban la mayor parte del día blasfemando a Dios; además de que no les gustan los cristianos y lo último que querían que les pasara esa mañana era que algún religioso chiflado pretendiera empujarles la religión hasta sus gargantas.
Mientras pasaba alejándome de ellos, me vino también el pensamiento a mi mente muy imaginativa que este, era un grupo de tres hombres, y que lo mejor era testificarles a personas que estuvieran solas. Entonces, pensé: «¡Qué estoy diciendo!», y frené bruscamente, de tal forma, que la rueda trasera de mi bicicleta patinó en el pavimento de la acera. Giré mi bicicleta y regresé para compartir el evangelio.
Dos de ellos no hablaban inglés, pero uno de ellos, cuyo nombre era Brian, sí. Tenía 17 años de edad, y una Biblia en casa, la cual, no había leído desde hacía mucho tiempo; sus padres eran católicos y estaba muy preocupado que si moría ese día, terminaría en el infierno.
Pero ¿cómo se acerca a tres hombres sin sensibilidad y les habla acerca de las cosas de Dios? Empecé con: «¿Qué están haciendo? ¿Tienen el billete del trillón de dólares?». Cuando Brian tomó el tratado, le pregunté su nombre; le di el mío y rápidamente seguí con lo siguiente: «Este es un tratado para evangelizar. ¿Qué cree que sucede cuando alguien muere?».
Cuando él me dijo lo que pensaba acerca del cielo, etc., le pregunté si él pensaba que era lo suficientemente bueno para ir allí. Él dijo que lo era. Le hablé de algunos de los diez mandamientos para mostrarle la norma perfecta de Dios, y ahí fue cuando entendió que iría directamente al infierno. Entonces, le compartí de la cruz, del arrepentimiento y de la fe en Jesús. Estuvo muy agradecido de que yo hubiera regresado, y seguro, yo también lo estaba.
Así que, si la próxima vez que luche contra el temor, –y si esto le sirve de consuelo– sepa que usted no es el único y recuerde siempre lo que un hombre sabio dijo una vez: «La valentía no es la ausencia del miedo. La valentía es la conquista del miedo». Por lo tanto, ignore sus miedos; y hágalo de todas formas.